jueves, 15 de junio de 2017

Sobre el concepto de historia por Jean Chesneaux

Muchos historiadores viven en la comodidad corporativa. La historia es su “oficio”, su “territorio”. Son los especialistas. Y se les respeta como tales. La prensa, y más todavía la televisión, han hecho concreta y familiar su situación de expertos privilegiados del pasado. Esta comodidad corporativa se halla sólidamente instalada en la ambigüedad misma de la palabra “historia”: el movimiento profundo del Tiempo, a la vez que el estudio que de él se hace. La biología estudia la vida, y la astronomía las estrellas. Pero “la historia” estudia “la historia”: signo de identificación que alimenta una extraordinaria suficiencia, signo de una trampa que se cierra sobre sí misma.

Sin embargo, todos tenemos conciencia de que la historia es algo muy distinto, y que nos concierne a todos.

El lenguaje cotidiano está lleno de referencias a la historia. Tenemos la “rueda de la historia”, que gira implacablemente pero que puede detenerse, acelerarse, volver hacia atrás. Tenemos las “ironías” de la historia, sus “estratagemas”, sus “lazos”, sus “designios”, sus “interioridades” incluso para los espectadores… Diríase que la historia es una gran máquina autoselectiva, capaz de “retener”, o de “olvidar” los personajes, las fechas, los hechos; tiene incluso sus “vertederos”, ya que está bien organizada. Sería capaz de dar “lecciones”, de distribuir laureles a los que han conseguido subir a su “escenario”, y hasta dictar “sentencias” desde lo alto de su “tribunal”…, y a veces mantiene sus “enigmas”, se niega a hablar.

Tras esas fórmulas, tan habituales que ya ni siquiera nos llaman la atención, hay algo coherente y peligroso. Tan peligroso como la pretensión de los historiadores profesionales de acaparar el pasado. A saber, la idea de que la Historia domina a los hombres desde el exterior, que ejerce sobre ellos una autoridad suprema por estar inscrita en un pasado por definición irreversible y que hay que inclinarse dócilmente ante ella. Que, por lo tanto, es el pasado el que manda en el presente. 



Si el pasado cuenta es por lo que significa para nosotros. Es producto de nuestra memoria colectiva, es su tejido fundamental. Ya se trate de lo que se ha sufrido pasivamente, Verdun, la crisis de 1929, la ocupación nazi, Hiroshima, o de lo que se ha vivido activamente, el Frente Popular, la Resistencia, mayo del 68.

Pero este pasado próximo o lejano igualmente, tiene un sentido para nosotros. Nos ayuda a comprender mejor la sociedad en que vivimos hoy, a saber qué defender y qué preservar, a saber también qué derribar y destruir. La historia es una relación activa con el pasado.


Jean Chesneaux, ¿Hacemos tabla rasa del pasado? pp. 21-22

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